Cartas escogidas - Hermann Hesse
Esta carta que le escribiera Hermann Hesse a Thomas Mann, con motivo de la invitación que se le cursara para formar parte de la academia de la lengua alemana, es lo que yo llamaría un ejemplo de sencilla, pero firme dignidad humana. Hesse es uno de esos seres que uno debería tener siempre en mente, a la hora de las dudas en lo que respecta a las cartas que debe uno tomar o rechazar cuando se trata de acompañar al anonimato de las masas.
El hombre nunca debería olvidar que es un ser indiviso inmerso en la corriente de un océano de seres que se le asemejan. Misteriosa y, en veces, dolorosa paradoja. Pero que debe ser tomada muy en cuenta si se pretende vivir la vida con sustancias y aromas que nos recuerden aquello que llaman la honra, entendida en su añejísima acepción del que obra bien, porque bien quiere.
Cuando, en noches pasadas, leí esta carta de Hesse (y al azar, como todo o casi todo lo que se lee verdaderamente), sentí un hondo llamado, una sentida invitación a comunicar aquello que sus letras exponen: que no se puede vivir la vida negando el fuero interior, que no se puede vivir la vida rezando, a pie juntillas, lo que la masa repite, una y otra vez, por obra del miedo a vivir como lo que en el fondo es, una suma de milagros, seres indivisos que pueden vivir mancomunados.
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