La señora de Ansenuza - Cristina Bajo
Ansenuza es un lugar bellísimo y encantado, un mar mítico, una tierra de contrastes poblada de plantas y animales que no se dan en otra parte del país, con atardeceres de oro viejo y amaneceres que surgen de los juncos con un rubor de flamencos. Su nombre es un enigma, y sus leyendas, misteriosas; dicen que el llanto de una diosa, que creyó perder al amado, volvió sus aguas saladas y curativas; que un toro infernal salió del monte, por La Candelaria, se robó una manada de vacas y se perdió en sus aguas, aunque todavía se oye de noche al ganado pastando en sus orillas y el cencerro de la madrina.
Pero La Señora de Ansenuza y otras leyendas va más lejos; se adentra en los mitos de nuestro inmenso sur, llega a la Tierra del Fuego para contarnos, a través de los onas, la primera lucha de las mujeres contra el dominio de los hombres, sube por la costa patagónica para hacernos conocer el diluvio universal a través de dos enormes serpientes que, en el primitivo mundo de nuestros nativos, representaban el Bien y el Mal; se hunde en la región de los lagos para hablarnos del Shumpall, un ente con figura de hombre, seductor y benévolo, que seduce jovencitas para llevárselas a su morada de fábula, en el fondo de un lago...
Toda la Argentina, hacia sus cuatro costados, es recorrida a través de leyendas, algunas tan antiguas que ya eran viejas cuando llegaron los españoles, otras, entrelazadas con cuentos que dormían en la memoria de los europeos, y pocas, nacidas de relatos cristianos. ¿De qué hablan? Hablan de hechos extraños, de aparecidos, de historias secretas, de mágicas transformaciones: la niña que se volvió pájaro, el ánima que protege a una familia, el sapo que resguardó el fuego, la joven llorosa que atrae la lluvia para su pueblo. O el indio que, perdida la tierra y la tribu, prefiere morir a vivir en un mundo que ya no le pertenece.
Imaginemos, como en los viejos cuentos, que estamos junto al fuego, si es invierno, o bajo la sombra de una galería, de un árbol o de las estrellas, si es verano, y que la autora, Cristina Bajo, tomando el lugar de los ancianos narradores, recrea para el lector estas historias legendarias.
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